La música de Gurdjieff/de Hartmann: Una colaboración infrecuente


Parte 1
Javier Giménez Noble

En la localidad de Fontainebleau -no lejos de la capital francesa, y rodeado de un añoso parque- se encuentra el Château du Prieuré, antigua casa conventual de los benedictinos, en una época residencia de la viuda del abogado de Dreyfus, y a partir de 1922 la sede del Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre. En el salón principal, o en el Study House -una original construcción realizada con rezagos de aviación de la primera guerra- generalmente por la noche y después de una larga jornada de trabajo, dos hombres, rodeados de otros hombres y mujeres silenciosos, se inclinaban sobre un piano de cola. Uno de ellos silbaba o tarareaba una línea melódica, de rasgos peculiares y cambiantes, mientras marcaba un ritmo sobre la tapa del teclado y daba indicaciones en ruso a una velocidad vertiginosa; el otro escribía en lápiz y tinta sobre papel pentagramado, poniendo en juego toda su capacidad de percepción auditiva para captar los matices más sutiles de una construcción musical desusada. De manera paulatina se iban dibujando los contornos melódicos y rítmicos de una nueva pieza para piano con las características de una danza o canción oriental, un himno o una plegaria, que el pianista debía interpretar de inmediato -sin tiempo para correcciones o elaboraciones- para todo el grupo.
El breve período que va de julio de 1925 a mayo de 1927 vio surgir así uno de los repertorios más singulares de la literatura pianística del siglo XX, que luego de varias publicaciones parciales llegó a su cristalización definitiva en la edición crítica publicada por B.Schott (Mainz) entre 1996 y 2005: cerca de doscientas piezas en cuatro volúmenes, titulados: (I) Asian Songs and Rhythms; (II) Music of the Sayyids and the Dervishes; (III) Hymns, Prayers and Rituals y (IV) Hymns from a Great Temple and Other Selected Works. 


Discípulo y Maestro
Thomas de Hartmann (1885-1956) ya era un compositor distinguido cuando conoció a Gurdjieff: diplomado a los dieciocho años en el Conservatorio de San Petersburgo, había estudiado posteriormente dirección orquestal en Munich con Felix Mottl, alumno de Wagner. Gozaba de una buena posición económica, del reconocimiento público y de un feliz matrimonio; sin embargo, no se hallaba satisfecho. Como él mismo lo expresó en su libro Nuestra vida con el señor Gurdjieff [Hachette, Buenos Aires 1970]: …”para ser capaz de progresar en mi trabajo creativo algo era necesario, algo más grande, o más alto, a lo cual no podía dar un nombre. Sólo si pudiera poseer este ‘algo’ sería capaz de progresar más aún y esperar derivar alguna satisfacción real de mi propia creación, y no sentirme avergonzado de mí mismo.” Ese ‘algo’ que buscaba el joven compositor ucraniano pareció corporizarse a fines de 1916 en un dudoso café de la Perspectiva Nevsky, en San Petersburgo, cuando fue presentado a un hombre de abrigo y sombrero caucasianos, con bigote negro y unos ojos “…de excepcional profundidad y penetración.” [op.cit]
En lo que se refiere a los orígenes y juventud de Georges Ivanovitch Gurdjieff los biógrafos no han logrado ponerse de acuerdo, ni dispersar completamente el halo de misterio que los circunda; ni siquiera se han establecido definitivamente el año de su nacimiento ni la grafía original de su apellido. De acuerdo al testimonio del propio autor en su segunda serie de escritos, Meetings with remarkable men [Dutton, New York 1969] la familia de su padre era griega, proveniente de Bizancio, su madre armenia, y Alexandropol y Kars los pueblos donde viviera su infancia. Desde muy joven sintió una profunda curiosidad por los fenómenos inexplicables que presenciaba, y ese interés lo llevó a indagar en las literaturas tradicionales, las distintas religiones, liturgias, antiguos monumentos y reliquias considerados sagrados, así como en el ocultismo, la hipnosis y el espiritismo de su época. Lejos de satisfacer sus inquietudes, todas esas búsquedas resultaron infructuosas, lo que lo llevó a iniciar una serie de viajes a lugares cada vez más remotos e inaccesibles, siguiendo misteriosas pistas que iban apareciendo como por algún designio oculto. Solo o en compañía de un grupo de camaradas denominado Los Buscadores de la Verdad visitó santuarios, monasterios y recónditas ermitas de diversas denominaciones religiosas: esenios, sufíes, budistas, derviches y gnósticos.
Eventualmente llegó a tomar contacto con cierta antigua escuela esotérica en la cual encontró un conocimiento desconocido hasta la fecha en Occidente. Completada esa etapa de preparación, fijó su residencia en Rusia, donde sus ideas comenzaron a interesar a los intelectuales y artistas de Moscú y San Petersburgo. Cuando las condiciones de vida se deterioraron a causa de la gran guerra y la revolución bolchevique, emigró hacia Europa donde -después de años de penurias y dificultades- finalmente pudo fundar su Instituto.




Javier Giménez Noble es compositor y docente. Desde principios de la década de los ’70 ha estudiado la música y las ideas de G.I.Gurdjieff, participando en congresos y conferencias de las diversas fundaciones en las principales ciudades de Europa, Estados Unidos y Sudamérica. En noviembre de 2008 presentó, por primera vez en la Argentina, un recital público de las piezas para piano de Gurdjieff/de Hartmann, que contó con la presentación y comentarios de Mario Videla, el asesoramiento del maestro Ben Pierce-Higgins, de la Gurdjieff Society of London, y el auspicio general de la International Association of the Gurdjieff Foundations