La música de Gurdjieff/de Hartmann: Una colaboración infrecuente Parte 2


por Javier Giménez Noble


¿Accidente o destino?
En diciembre de 1923, en el Théâtre des Champs-Elysées, los alumnos del Instituto presentaron tres veladas coreográfico-musicales que desconcertaron a la inteligentsia parisina. Ni la prensa ni el público en general pudieron comprender o disfrutar de esas ‘danzas sagradas’ o ‘gimnasia religiosa’, tal como fueron denominados por algunos periodistas esos movimientos de una increíble complejidad y precisión, realizados por un nutrido grupo de hombres y mujeres vestidos con trajes a la usanza oriental, acompañados por una orquesta de cincuenta músicos dirigidos por Thomas de Hartmann. En enero de 1924 Gurdjieff desembarcó en los Estados Unidos con de Hartmann y treinta y cinco de sus alumnos, realizando presentaciones en Nueva York, Chicago, Filadelfia y Boston; asimismo estableció una filial de su Instituto en la gran capital, que con el tiempo se convertiría en la Gurdjieff Foundation of New York, uno de los centros más importantes en la actualidad para la transmisión de este trabajo. Muchos norteamericanos asistieron a las conferencias, charlas y demostraciones de movimientos, comprometiendo su asistencia para el sostén financiero del Prieuré. La transmisión de la enseñanza parecía estar asegurada.

Gurdjieff permaneció en los Estados Unidos hasta comienzos de junio de ese año. Apenas un mes después, el 8 de julio de 1924, cuando manejaba solo de regreso a Fontainebleau, “…el pesado Citröen que iba a 90 kilómetros por hora embistió violentamente y se estrelló a toda velocidad contra un árbol enorme” [James Moore, Gurdjieff, anatomía de un mito, Editorial Estaciones, Bs.As.1996]. Después de varios días en coma y semanas de recuperación, la salud de Gurdjieff seguía seriamente resentida, lo que lo obligó a limitar sus actividades. Decidió entonces abandonar la dirección del Instituto y dedicar todas sus energías a la transmisión por escrito de sus ideas.

Música, ideas y sufrimiento
Thomas de Hartmann
Uno de los libros más profundos y enigmáticos escritos en el siglo XX, y a la vez delicioso, pleno de humor, compasión y sentido común: algo así podría decirse de Relatos de Belcebú a su Nieto: Una Crítica Objetiva e Imparcial de la Vida del Hombre (Todo y Todas las cosas: Primera Serie), el libro que durante más de dos décadas circuló mecanografiado entre un grupo reducido de estudiantes, que se leyó en incontables veladas antes o después de la cena, a menudo con el autor presente, escrutando en silencio los semblantes de los oyentes, y que recién fue publicado luego de su muerte. Como su vista había quedado afectada después del accidente automovilístico, una noche de diciembre del ‘24, insomne, Gurdjieff comenzó a dictar en ruso a su secretaria Olga Arkadievna, la esposa de Thomas de Hartmann; “…en la primera versión desde el principio hasta la última página -que fue escrita sobre una pequeña mesa redonda de mármol en el Café de la Paix de París- trabajó sólo conmigo.” [op.cit.]
Curiosa simetría: un hombre en muchos sentidos excepcional, ya maduro y enfermo, que ha vivido el equivalente a las vidas de docenas de otros hombres, pero no es por cierto ni compositor ni escritor profesional, de día dicta a Olga capítulo tras capítulo de un libro de magnitudes cósmicas, abtruso e inabordable; y por las noches dicta a su marido Thomas una, dos y hasta tres de sus pequeñas piezas para piano, aparentemente sencillas, agradables al oído, engañosamente simples y de una elusiva cualidad que evoca un sentimiento desconocido en el que escucha: una especie de nostalgia por algo que no se sabe qué es.
¿De dónde ha surgido la energía para cumplir este proyecto colosal? La versión en inglés -idioma breve y lacónico por antonomasia- del Belcebú consta de 1.135 hojas; la grabación completa de la música para piano [Wergo Records] ronda las doce horas. Por otro lado, cabe señalar que, a pesar de sus achaques, Gurdjieff seguía trabajando denodadamente para mantener a flote el Instituto, participando en todo tipo de transacciones comerciales ligadas a la compra y venta de antigüedades, carpetas y porcelas de oriente, así como varios emprendimientos gastronómicos, para mantener a su numerosa familia -que había venido escapando del genocidio armenio de 1915- y a toda una cantidad de alumnos, amigos y conocidos rusos exiliados que no tenían posibilidades de valerse por sí mismos en París. 
Él mismo da una indicación al respecto en la tercera serie de sus escritos, ‘Life is real only then, when “I am” [Triangle Editions, Inc.1975], cuando menciona el sufrimiento e impotencia que surgían en él ante la dolencia terminal de su madre y de su esposa -los dos seres más cercanos a su corazón- ambas enfermas de cáncer, y cómo ese sufrimiento se transmutaba, gracias a una secreta alquimia que había de algún modo incorporado a lo largo de sus largas investigaciones sobre el funcionamiento de la psiquis humana, en una energía que le permitía mantener esos super-esfuerzos a lo largo del tiempo. En efecto, este período de algo más de dos años que estamos considerando está pautado por el accidente (julio del ‘24), la muerte de su madre (julio del ’25) y la muerte de Julia Ostrowska, su esposa (junio del ’26). La última pieza compuesta por Gurdjieff y de Hartmann está fechada el primero de mayo de 1927. Los de Hartmann dejarán el Prieuré definitivamente en 1929; “…Después de eso no lo volví a ver, pero él siguió siempre siendo mi Maestro.” [op.cit.]