El asombro y otras charlas de buscador a través de las enseñanzas de G.I.Gurdjieff

Prólogo, por Graciela Fernández

‘¡Tú, el mayor de mis nietos!
¡Escucha… y acuérdate siempre de mi última voluntad:
en la vida, jamás hagas nada como los demás!...
O bien no hagas nada en absoluto -ve solamente a la escuela-
o bien haz algo que nadie hace.’

 (La abuela del Sr. Gurdjieff al joven Georgivanovich, en Relatos de Belcebú a su nieto).











En la convulsionada Europa de principios del siglo pasado, surgieron nuevas ideas que transformarían el porvenir. Muchas venían de tiempos remotos, y de lugares inaccesibles para el llamado mundo occidental y cristiano. Su florecimiento, difusión y práctica fue posible gracias a la trasmisión oral y directa.

G.I.Gurdjieff fue entonces el principal representante de una corriente absolutamente nueva, que luego se conocería como el Cuarto Camino.

Consciente del caos reinante en la Rusia diezmada por la guerra, y ante la inminente revolución de 1917, Gurdjieff emprende su camino rumbo a Europa acompañado por un grupo de estudiantes afines a sus ideas. Valiéndose de su gran intuición y capacidad práctica, decidido a cumplir su meta, sortea cualquier desvío o distracción. Sabe cómo salirse de la corriente de los acontecimientos a la que se ven sometidos la mayoría de los seres que conviven en el lugar del mundo en el que se encuentra.

Es así como deja atrás patria, familia, una vida rusa, y se lanza a la aventura.

Su enseñanza iba a encontrar una fuerte resonancia, convocando a muchos seguidores que, impulsados por ella, cambiarían de la noche a la mañana sus itinerarios preestablecidos.
   
El autor de estas charlas, Carlos Matchelajovic, pertenece a esa raza de seres independientes, de buscadores infatigables. Es alguien que, forzado por las difíciles condiciones de su vida, se ve obligado de muy joven a emigrar, dejando de lado toda posibilidad de adaptación a una rutina existencial. Su derrotero no tenía cabida dentro de los cánones sociales de una vida familiar o académica.

Tras una vida azarosa y aventurera de la que no tenemos datos exactos -salvo la certeza de su pasión por el conocimiento filosófico de antiguas tradiciones y su fervor por la música y el alpinismo- Carlos se acerca a la enseñanza de Gurdjieff y se entrega al Trabajo con amorosa convicción, hasta su muerte. Y vemos aquí una notable sintonía entre el maestro y el aprendiz: Carlos, asediado por todo tipo de dificultades y adiestrado con una gran capacidad para sortearlas, logra -al igual que Gurdjieff- escapar de todos los condicionamientos impuestos fatalmente a la mayor parte de los europeos de los años que abarcan la llamada Segunda Guerra Mundial. También él se ve privado de su ciudadanía europea y pasa a ser un apátrida.

Luego de recorrer distintos lugares de América, en 1966 Carlos se establece con su esposa Daphne Ripman en Buenos Aires. Será allí donde, con la autorización de Jeanne de Salzmann –principal alumna y sucesora de Gurdjieff-, ambos inician una labor de pioneros, creando la Asociación Civil Centro de Estudios Psico-Analógicos. Estos primeros fundadores del Trabajo de Gurdjieff en la Argentina no hicieron gala de ningún tipo de credencial burocrática o agenda personal en beneficio propio: fue la calidad y la presencia de ambos lo que atrajo a innumerables interesados en participar de sus grupos.

Confluían en Carlos una rigurosa capacidad práctica y organizativa, y el refinamiento sorprendente e inesperado de un artista. Durante años trabajó a la par de aquellos que se iniciaban en el Trabajo, y en más de una ocasión el asombro que las enseñanzas despertaban en sus alumnos era compartido por él mismo. Para los que tuvimos la suerte de participar de esas experiencias, queda el sabor de una intensa práctica de apertura hacia una comprensión diferente a la ordinaria.

Las charlas del presente volumen son parte de un momento especial en la vida de Carlos, y del trabajo que se realizaba en su quinta –Villa Análoga- ubicada en la localidad de Marcos Paz, provincia de Buenos Aires. Estas charlas –ahora desgrabadas y editadas- fueron pronunciadas y escuchadas en directo por primera y única vez en ese lugar. Allí fue donde Carlos, en su carácter de permanente renovador, improvisaba estas palabras, y acompañaba así el denominado ‘domingo de trabajo’ con un generoso aporte a la dirección del trabajo interior del día.

En principio, no se puede calibrar el valor de estas charlas sin reconocer que surgen en un campo de sencillas acciones cotidianas, acciones que son parte de la vida: cocinar, hachar madera para leña, trabajar en el jardín, construir un piso de ladrillos, quemar la basura. De pronto, se abría allí un precioso espacio de tiempo: en un alto de las actividades, bajo la fresca sombra del alcanfor, alrededor del árbol de caqui o protegidos del sol en la glorieta, con una suave brisa y el sonido de los pájaros, se escuchaba la voz pausada y firme de Carlos ponderando los temas que aquí aparecen.

No se trataba de una teoría filosófica o erudita, ni de meros conceptos aislados. Sus palabras eran el fruto de la experiencia de un hombre que ha indagado y se siente conmovido por su participación en la celebración de la vida; alguien que comparte estas vivencias con sus alumnos, no como un conocimiento ya digerido sino como algo que está siendo develado en el momento.

Hay un cierto pedido en estas epifanías, una amorosa invocación a escuchar con la totalidad de nuestra atención, pero sin apegarnos a lo escuchado como a un concepto fijo. Es una invitación a verificar activamente aquello que damos por sentado a partir de la lectura de libros, o según comentarios de experiencias pasadas.

Y cuando hoy, transcurridos tantos años, me pregunto: ¿qué eco tienen estas charlas?, comprendo que no son meras reflexiones circunscriptas a un espacio y a un momento ya vivido. Reconozco en ellas una fuerza dinámica que las actualiza y vivifica.

A la vez, me doy cuenta de que esto es así porque de tal modo fueron transmitidas, con esa generosa intención, no sólo para los que estaban allí, en esos domingos de trabajo. No son la mera trascripción de algo ocurrido en el pasado, sino el testimonio de un legado que sigue vivo para todos nosotros.