El despertar del corazón. Jean - Yves Leloup

 El despertar del corazón. La tradición contemplativa de los hesicastas

El hesicasmo (del griego hesychia: ‘paz’) es la tradición milenaria que nos enseña esas ‘artes de artes’ que son la meditación y la plegaria en el cristianismo, desde los Padres del desierto hasta nuestros días. Método ascético y místico, el hesicasmo se basa en la contemplación y la invocación del nombre de Jesús para alcanzar la comunión con Dios.
El padre ortodoxo Jean-Yves Leloup nos transmite lo que él mismo recibió en el monte Athos y durante sus estadías en ermitas de Oriente y Occidente. Tanto históricas como teológicas, las diversas aproximaciones de estos escritos, así como su confrontación con la antropología comparada y el aporte de testimonios contemporáneos hacen de este volumen una introducción seria y viviente al espíritu y la práctica del hesicasmo. Esta tradición, todavía poco conocida en Occidente, constituye una de las fuentes del cristianismo más puro, y representa un tesoro del patrimonio espiritual de la humanidad.

Jean-Yves Leloup es un filósofo, escritor, teólogo y sacerdote ortodoxo.
Fundador del Institut pour la rencontre et l’étude des civilisations y del Collège international des thérapeutes, ha publicado numerosas obras en Albin Michel y otras editoriales, brindando interpretaciones y traducciones innovadoras del Evangelio y el Apocalipsis de Juan, así como de los evangelios considerados ‘apócrifos’ de Felipe, María y Tomás.



Jean-Yves Leloup



Introducción

Kapsokaliviá, en el monte Athos - 24 de junio de 1969.
Cerca del mediodía, un sol aplastante. El camino no hace más que subir…
A pesar del hambre y la fatiga, continúo -¿adónde habría de sentarme? A un lado está el acantilado candente, del otro el abismo.

Kapsokaliviá es uno de los sitios más abruptos y áridos del monte Athos. Me habían dicho: ‘Allí vas a encontrarte con ermitaños -la mayoría locos, mugrientos y embrutecidos- pero igual vale la pena’. Yo respondí que no visitaba el monte Athos como si fuera un zoológico donde se pueden ver los últimos especímenes de una raza en extinción; y sin embargo, en ese punto me preguntaba qué estaba haciendo allí, en un sendero pedregoso que no parece conducir a ningún lado… ¿Curiosidad solamente? ¿El deseo de ver a Dios encarnado en el cuerpo de un hombre, más que en las páginas de un libro?

En ese momento divisé una especie de cabaña con una terraza diminuta, donde un monje estaba de pie, con un rosario de lana anudado en la mano. Esperé que al acercarme se sorprendiera o se alejara; nada de eso: el monje se limitó a sonreír y puso un dedo delante de su boca, haciéndome entender con simplicidad que había que guardar silencio. Su mirada era extraña; no llegué a discernir el color de los ojos, que parecían no tener fondo… Cuando empecé a sentir algo de vértigo me indicó con un ademán que me sentara. Se alejó entonces a paso rápido por el camino, dejándome solo frente al mar, frente a mis pensamientos, bastante perplejo.

Más de una hora pasó antes de que volviera, y yo estaba inquieto y nervioso. El monje traía en la mano una lata de conserva con agua, y entonces comprendí que había marchado todo ese tiempo bajo el sol quemante solamente para saciar mi sed.

Cuando me pasó la lata oxidada pude ver mejor sus ojos: dos extraños abismos de agua y luz -la palabra no es amor, y no obstante, no encuentro otra mejor.

Empecé a beber, y por un momento creí que nunca más iba a volver a tener sed.

El más pequeño acto de amor puro pareciera más grande que la mayor de las catedrales. Ese día penetré en el cristianismo por la puerta grande: una lata de conserva herrumbrada, lo infinito de un gesto cotidiano…

Aunque los años han pasado, ese desconocido silencioso no deja de sonreírme: tiene clavada su astilla de agua y luz en la carne quemada de mi historia.